
Reflexiones de respuestas de estrés y trauma en la vida diaria
Introducción
En mi último encuentro en vivo quise hacer algo distinto: en lugar de hablar desde la teoría, abrí un espacio para compartir y reflexionar sobre las respuestas que mi comunidad entregó en una encuesta en Instagram. Preguntamos cómo vivimos el estrés y el trauma en lo cotidiano, y lo que recibimos fue un retrato conmovedor de nuestra vida diaria: desconexión, insomnio, contracturas, miedo a mostrarnos vulnerables y la sensación de estar en “piloto automático”.
Estas reflexiones de respuestas de estrés y trauma en la vida diaria no son solo datos o estadísticas. Son voces reales que muestran que el trauma no es algo lejano, sino una experiencia presente en nuestro cuerpo, en nuestras emociones y en la forma en que enfrentamos el mundo. Al mirar juntas y juntos estas experiencias, descubrimos que es posible transformar la manera en que respondemos, entrenando a nuestro cuerpo para volver a sentir seguridad, calma y conexión interior.
Desconexión y piloto automático: una sensación compartida
Una de las preguntas centrales de la encuesta fue si las personas se sentían desconectadas en su vida diaria. La respuesta me sorprendió, aunque también me confirmó lo que tantas veces veo en consulta: el 50% declaró sentirse “apagado” casi todo el tiempo, y otro 43% dijo que le ocurre con frecuencia.
Esta desconexión suele expresarse como vivir en piloto automático. Hacemos las cosas porque “hay que hacerlas”, pero sin la energía interna que nos conecta con la alegría, la motivación o el propósito. Es un estado donde parece que todo funciona hacia afuera, pero por dentro falta esa chispa vital.
Cuando permanecemos mucho tiempo en este estado, el cuerpo empieza a enviar señales de vacío, de insatisfacción y de falta de sentido. Muchas personas llegan a terapia diciendo: “me siento desmotivado, no tengo ganas de nada”. Esa sensación es justamente la consecuencia de una desconexión interna que, aunque nos mantiene funcionando, cobra un costo emocional profundo.
Vulnerabilidad: el difícil camino de mostrarse tal como somos
Otra pregunta que hicimos fue sobre la capacidad de mostrarse vulnerables. Tres de cada cuatro personas dijeron que les resulta casi imposible hacerlo. Esta dificultad no habla de debilidad, sino de un aprendizaje doloroso: mostrar la vulnerabilidad puede haberse sentido como un riesgo demasiado grande.
Ser vulnerables implica abrirnos, mostrar emociones, reconocer fragilidades. Y para eso se necesita coraje. Sin embargo, muchas veces preferimos endurecernos, mantener una máscara fuerte, incluso aunque por dentro sintamos miedo o cansancio.
Reflexionando sobre estas respuestas de estrés y trauma en la vida diaria, pensé en lo complejo que es confundir vulnerabilidad con fragilidad. La vulnerabilidad, en realidad, es una forma de fuerza: significa atrevernos a ser auténticos en un mundo que muchas veces nos exige lo contrario.
Estrategias de sobrevivencia: las máscaras invisibles del trauma
Las encuestas también revelaron cuáles son las estrategias más comunes para sobrevivir en ambientes tensos o demandantes. Aparecieron respuestas como callar, reprimir, estar en alerta constante, desconectarse o procrastinar.
Estas son formas de protección que aprendimos en momentos difíciles. Callar puede haber sido una manera de evitar un conflicto. Procrastinar, un recurso para no enfrentar un cambio que se sentía demasiado grande. La disociación, una salida para no sentir algo que dolía demasiado.
Estas máscaras cumplen una función: nos ayudan a sobrevivir. Pero tienen un costo. Nos alejan de nuestra autenticidad, nos hacen sentir atrapados en un personaje que no somos y nos impiden avanzar en nuestra vida. Vivir siempre desde la estrategia de defensa termina por desgastarnos, porque en el fondo sabemos que no estamos siendo realmente nosotros mismos.
Estrés traumático: cuando la experiencia desborda al cuerpo
En el live también reflexionamos sobre la diferencia entre un estrés cotidiano y un estrés traumático. No todo lo que nos pasa es un trauma, pero sí existen experiencias estresantes que dejan una huella tan profunda que el cuerpo no las olvida.
Un ejemplo concreto: alguien que rinde un examen de grado y le va mal puede vivirlo como un evento que, aunque no sea un trauma en sentido clínico, sí resulta tan estresante que el cuerpo lo registra como una experiencia a evitar. La próxima vez que deba rendir un examen, ese recuerdo se activa y la persona se bloquea.
La buena noticia es que el cuerpo puede entrenarse. Podemos desarrollar respuestas más reguladas frente al estrés, aprendiendo a calmarnos, a respirar distinto, a reconocer que la amenaza ya pasó. Eso requiere trabajo terapéutico, pero es posible.
La necesidad de seguridad: un clamor colectivo
Una de las respuestas más significativas de la encuesta fue sobre la necesidad de seguridad. Nadie dijo que no la necesitaba. Todas las personas reconocieron buscar espacios seguros en algún área de su vida.
El cerebro humano está diseñado para detectar peligro. Aun cuando conscientemente creemos que “todo está bien”, nuestro sistema nervioso registra tensiones y emite señales de alarma. Por eso muchas personas dicen sentirse agotadas en sus trabajos, distraídas o con la sensación de no poder concentrarse.
Vivir en ambientes hostiles mantiene al cuerpo en estado de alerta constante. La necesidad de espacios seguros —en casa, en el trabajo, en las relaciones— no es un lujo, es una necesidad biológica. Sin seguridad, el sistema nervioso nunca puede relajarse.
El cuerpo habla: síntomas físicos más frecuentes
Otra parte de las respuestas de estrés y trauma en la vida diaria fueron los síntomas físicos que las personas describieron. Los más comunes fueron:
Contracturas en cuello y hombros.
Dolor de espalda y cintura.
Problemas digestivos.
Tensión mandibular.
Dolor de cabeza.
Insomnio frecuente.
El dato más impactante fue que 13 de 17 personas dijeron tener insomnio al menos dos o tres veces por semana. Dormir mal no es solo un problema de descanso: afecta la concentración, el ánimo y la capacidad de regular nuestras emociones.
Estos síntomas muestran que el trauma y el estrés no viven solo en la mente. Se expresan en el cuerpo, en la musculatura, en la digestión, en el sueño. El cuerpo guarda la historia de lo que hemos vivido, incluso cuando la mente ya no lo recuerda.
El miedo a escuchar el propio cuerpo
Un hallazgo llamativo fue que muchas personas expresaron miedo de escuchar su cuerpo. Les resultaba amenazante conectar con las sensaciones internas, porque allí está la memoria de experiencias dolorosas.
El cuerpo tiene memoria. Aunque la mente olvide, el cuerpo no. Cada contractura, cada sobresalto, cada reacción automática guarda una huella. Y enfrentarnos a esa memoria puede dar miedo.
Sin embargo, justamente ahí está el camino de la curación somática: aprender a volver al cuerpo de manera progresiva, con acompañamiento seguro, sin forzarnos. No se trata de revivir el trauma, sino de ofrecerle al cuerpo una nueva experiencia de seguridad y sostén.
Vivir en modo supervivencia crónico
Una de mis reflexiones centrales en este live fue que nuestra sociedad nos mantiene en modo supervivencia crónico. Vivimos rodeados de exigencias, horarios, ruidos, pantallas y tensiones. El resultado es que nuestro sistema nervioso está en estado de alarma casi todo el tiempo.
Esto trae consecuencias visibles: hipervigilancia, desconexión emocional, somatización en forma de alergias, colon irritable, bruxismo, vértigos o migrañas. Muchas veces no reconocemos que son síntomas relacionados con el estrés sostenido.
En este contexto, las reflexiones de respuestas de estrés y trauma en la vida diaria muestran que no estamos solos: lo que sentimos es compartido y tiene explicación neurobiológica. Y también nos recuerdan que es posible salir de ese patrón.
Micro-transformaciones: abrir espacio a la curación somática
Salir de la supervivencia crónica no significa cambiarlo todo de golpe. A veces lo que necesitamos son micro-transformaciones, pequeños pasos que permiten al cuerpo recordar que hay otras formas de estar en el mundo.
En el live compartí algunas prácticas simples que ayudan a regular el sistema nervioso:
Respiración en caja (inhalar, sostener, exhalar, sostener).
Respiración vagal (inhalar por la nariz, exhalar lentamente por la boca).
Movimiento consciente: yoga, caminar en la naturaleza, estiramientos suaves.
Cantar o tararear en grupo para estimular el nervio vago.
Buscar momentos de contacto seguro: abrazos, masajes, acompañamiento.
No se trata de técnicas aisladas, sino de recordarle al cuerpo que puede salir del estado de alerta y volver a un estado de calma y conexión.
Conclusión
Las reflexiones de respuestas de estrés y trauma en la vida diaria que compartimos en este live nos muestran algo fundamental: lo que sentimos en el cuerpo, lo que nos pasa con el insomnio, con la vulnerabilidad, con la desconexión, no es un fallo personal. Es la huella del trauma y del estrés que hemos vivido.
Al mirar estos testimonios de manera colectiva, entendemos que no estamos solos y que la salida no está en exigirnos más, sino en aprender a escuchar y acompañar al cuerpo. La curación somática nos invita a dejar de sobrevivir y empezar a vivir desde la seguridad, la coherencia y la autenticidad.
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